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El dilema de las redes sociales

Colaboración

Santiago García Álvarez

28/2/23, 10:00 p.m.

Santiago García Álvarez

“Si no pagas por el producto, entonces tú eres el producto”,
Tristan Harris (ex especialista en ética del diseño de Google).


Hace tiempo Netflix subió a su plataforma un documental titulado El dilema de las redes sociales, en el que antiguos empleados de alto rango en empresas tecnológicas explican la lógica económico–publicitaria que existe detrás de distintas redes sociales, con la importante carga manipulativa que esto conlleva. Estas plataformas son capaces de detectar los gustos de la gente y hacerles llegar información personalizada a sus perfiles, maximizando su permanencia y atrayendo a un amplio número de anunciantes. Irónicamente, se trata de una estrategia que también usa la empresa que distribuye el documental, Netflix, capaz de predecir nuestro porcentaje de afinidad con cada programa de su plataforma, orientar nuestras decisiones y retener nuestro consumo en beneficio de su negocio.


Uno de los cursos más exitosos de la Universidad de Stanford está orientado a comprender la psicología del consumo y a utilizar plataformas tecnológicas para capitalizarlo. De hecho, muchos de los emprendedores egresados de esa institución, que posteriormente han desarrollado empresas exitosas, han aprendido este tipo de estrategias en las aulas universitarias. La “tecnología persuasiva” es una de las herramientas más poderosas de hoy en día. Si a esto se le suman “técnicas de crecimiento acelerado” las empresas se convierten en máquinas generadoras de dinero.

Chamath Palihapitiya, ex VP de crecimiento de Facebook, revela en el documental cómo se ha buscado manipular psicológicamente a los usuarios de las redes y de qué forma los golpes de dopamina suelen ser muy eficaces. Por su parte, Anna Lembke, directora médica en Stanford, explica que las redes sociales son como una droga, pues al encontrar la dopamina como recompensa y usar las relaciones humanas como vehículo, el potencial de volverse adictivas es enorme.


Muchos recordamos aquella famosa película de 1998 titulada Truman show, sobre un hombre que un día descubre que vive en el set de un reality show. Como dice Roger McNamee, inversionista original en Facebook, ahora existen 2,700,000 Truman Show’s, pues la tecnología ha generado una realidad personalizada y basada en los gustos e intereses de cada uno. El engaño inconsciente que sufría el pobre Truman ahora lo padecemos millones de personas de manera semiconsciente.


El diagnóstico final de los protagonistas del documental parece bastante acertado. A pesar de que los temas que tratan son más o menos conocidos por todos nosotros, nos hacen ver con salvaje claridad los detalles estratégicos y operativos de los grandes gigantes de las redes sociales en el mundo. De hecho, se habla de una amenaza existencial derivada de la habilidad tecnológica de sacar lo peor de la sociedad.


No obstante, las soluciones que ofrecen dichos expertos son, en mi opinión, bastante limitadas. Tratan de resolver los problemas con técnicas, legales o tecnológicas, que minimicen el impacto. Lo que no terminamos de comprender es que, si el vehículo de solución es legal o tecnológico, al final ganará quien tenga más dinero o más poder, pues desarrollará estrategias legales o tecnológicas más sofisticadas que superen los planteamientos opuestos. El círculo vicioso jamás se romperá.


Por otra parte, y entendiendo la responsabilidad que tienen estas empresas, también es cierto –y lo omite el documental- que nosotros como usuarios somos corresponsables. A final de cuentas, somos quienes dedicamos tiempo en las mismas, nos perdemos en sus anuncios, y permitimos que nuestros datos sean conocidos y compartidos. En ese sentido, una estrategia fundamental es generar mayor conciencia en las personas, educarlas y ayudarlas a tomar decisiones sensatas en cuanto al uso de las distintas plataformas. No se trata de estrategias donde “lavemos conciencia”, sino de verdaderos esfuerzos por hacer conciencia.


Llama la atención las escasas alusiones a estrategias educativas y a señalar el grave problema ético y cultural que vivimos en el mundo actual. Los efectos de las compañías tecnológicas no hacen más que evidenciar presupuestos educativos y culturales profundamente arraigados en la sociedad y en nosotros: el imperio del relativismo, la libertad desvinculada del bien, el protagonismo de los criterios económicos y políticos por encima del desarrollo del ser humano, el uso desordenado de las pasiones humanas, entre otras.


El escepticismo ante la existencia de verdades más profundas en el ser humano y en la sociedad es descrito con agudeza, pero ningún entrevistado es capaz de proponer un horizonte de esperanza ante la situación. Tristemente, la lógica económica que prevalece en los sectores privados y la ambición de poder de los sectores públicos, desligadas de fines más trascendentales o nobles, es precisamente una de las grandes causas de las crisis actuales. Por lo mismo, pensar que una mayor regulación va a solucionar el asunto es, en el mejor de los casos, una idea ingenua, pues se trata de una medida que, al final, no resuelve el problema de fondo.


Ciertamente el esfuerzo de Harris de separarse de Google y fundar el Center for Humane Technology, para evitar que las empresas de tecnología recurran a funciones que contribuyen a la adicción a Internet, puede ser parte de una solución más completa. Conforme más se evidencia la lógica oculta detrás de los problemas, más claro es que el cambio cultural y educativo es necesario, pues, de lo contrario, no habrá manera de poner fin a la manipulación.


Ante la dificultad en el corto plazo de lograr una transformación de tal envergadura, queda la llamada a que cada uno evalúe su propia corresponsabilidad ante la problemática digital, genere iniciativas humanistas más ambiciosas y colabore en la medida de sus posibilidades en la batalla cultural.


Publicado anteriormente en el Excelsior y en Dissensio edición 1, con el título " El dilema de las redes sociales", página 6

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